Aferrarse a la esperanza: El Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios y Coordinador del Socorro de Emergencia, Martin Griffiths, en el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria de este año
Cuando el buque Razoni zarpó del puerto de Odesa a principios de este mes con más de 26.000 toneladas de maíz para los mercados mundiales fue objeto de atención
Su travesía fue el resultado de meses de negociaciones entre Rusia, Türkiye, Ucrania y las Naciones Unidas, incluyendo personal humanitario de la ONU, logistas y expertos legales. Por primera vez desde que comenzó la guerra en Ucrania, cinco meses antes, se iban a reanudar las exportaciones marítimas de las cosechas ucranianas, lo que daría una esperanza muy necesaria a millones de personas abatidas por el aumento de los precios de los alimentos y la disminución de los suministros, lo que ha llevado a muchos a padecer hambre e incluso hambruna.
Y la esperanza es muy rara hoy en día.
Conflictos. Hambre. Crisis climática. Sequías. Pobreza. Una pandemia. En más de 40 años de trabajo en el ámbito humanitario, no recuerdo que el mundo estuviera tan abrumado por los problemas y necesitara una acción tan urgente para resolverlos. Ahora mismo, la cifra récord de 303 millones de personas necesita ayuda humanitaria.
Pero, a pesar de este sombrío panorama, todavía me aferro a la esperanza. ¿Por qué? Porque a lo largo de los años he visto que, aunque los conflictos y otras crisis sacan a relucir lo peor, también inspiran lo mejor de la humanidad.
Incluso en las profundidades de la desesperación y la división, hay destellos de esperanza: desde nuevas soluciones a problemas aparentemente insolubles, hasta actos de generosidad y bondad que traen consuelo a quienes sufren.
Ofrecer esperanza y ser solidario es la esencia de la acción humanitaria. Hoy, en el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, queremos celebrar este espíritu, ya que en algunas de las situaciones más desoladoras puede ser lo único que les queda a las personas.
Hay una frase que dice: "Hace falta una aldea para criar a un niño". Del mismo modo, se necesita una aldea para ayudar a una comunidad en crisis. Esta aldea está formada por las propias comunidades afectadas, que son siempre las primeras en responder cuando se produce una crisis, respaldadas por un sistema de apoyo de los servicios nacionales de emergencia, las empresas locales y la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales (ONG), los organismos de la ONU y la familia de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Muchos son personal humanitario internacional, pero la gran mayoría de las y los trabajadores humanitarios proceden de los propios países afectados por la crisis.
Cada hora de cada día, esta "aldea" humanitaria se pone en marcha para organizar las entregas de ayuda, distribuir dinero en efectivo, instalar clínicas de salud y escuelas móviles, construir bombas de agua, transportar por aire suministros de nutrición, proporcionar apoyo psicológico y mucho más, apoyando a millones de personas que se balancean al borde de la supervivencia.
Esta aldea está poblada por humanitarias como Zuhra Wardak, defensora de la educación de las niñas y de las cuestiones de género, que fue una de las primeras en volver a trabajar en Afganistán tras la toma de poder de los talibanes.
Y Andrii, conductor de la ONG ucraniana Proliska, que arriesga su vida para evacuar a las personas de las zonas bombardeadas.
Y Amina Haji Elmi, defensora de los derechos de la mujer en Somalia, quien se dio cuenta de que ayudar a las mujeres era su misión después de que ella y su familia fueran desplazadas por el conflicto en ese país.
También hay destellos de esperanza a un nivel más amplio.
Por ejemplo, en medio de la implacable violencia en Ucrania, hemos visto a miles de voluntarios y voluntarias que ayudan a las personas atrapadas en las zonas de guerra, y la generosidad de las comunidades que han acogido a los refugiados ucranianos, haciéndose eco de una larga tradición de apoyo a los vecinos que es evidente desde Bangladesh hasta Colombia, desde Jordania hasta Uganda.
Podemos inspirarnos en los avances políticos logrados en crisis brutales y sangrientas como la de Yemen, donde la tregua se ha mantenido, disipando parte del miedo constante a la violencia.
De la mejora del acceso a las personas en necesidad en la región etíope de Tigray, que, gracias a las persistentes y laboriosas negociaciones, ha permitido que los convoyes de ayuda lleguen a personas que necesitan desesperadamente alimentos.
De la aprobación de la resolución 2642 del Consejo de Seguridad que permite que la ayuda transfronteriza continúe en el noroeste de Siria, extendiendo una línea de vida para millones de personas al menos durante los próximos meses.
Y de los barcos Navi Star, Polarnet, Razoni, Rojen y muchos otros que transportaron cosechas ucranianas al resto del mundo, ofreciendo un grano de esperanza a algunos de los 345 millones de personas que sufren escasez de alimentos.
En el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, dediquemos un momento a reconocer a todos aquellos que trabajan incansablemente, día y noche, para hacer realidad la solidaridad, a menudo con gran sacrificio personal. Salvan vidas en lugares que el mundo prefiere olvidar con demasiada frecuencia y en los que los riesgos son reales: el año pasado fueron atacados 461 trabajadores humanitarios mientras respondían a crisis humanitarias; de los cuales 141 murieron, todos, salvo unos pocos, personal nacional.
Su valentía y convicción, siempre buscando formas de llegar a las personas incluso en la peor de las crisis, nos inspiran a no perder nunca la esperanza.
Al conmemorar el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria de este año, recordamos a aquellas y aquellos que hemos perdido. Y celebramos a todos los humanitarios y humanitarias que llevan a cabo de manera conjunta esta noble misión.
Al fin y al cabo, se necesita una aldea.
Martin Griffiths
Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios y Coordinador del Socorro de Emergencia